«Solo son unos kilillos demás», «con lo mona que es, que pena que no cuide nada su físico, tendría más éxito en la vida», «seamos realistas, los gordos son graciosos no guapos». Podría seguir enumerando muchas más frases que oímos día a día o que en el peor de los casos, hemos pronunciado en alguna ocasión.
Empecemos por el principio.
Cuando hablamos de una persona y lo primero y único que utilizamos para describirla es «el o la gorda» estamos reduciendo su nombre a dos, máximo tres cifras, que dirigirán su vida. ¿Por qué? muy fácil. En una sociedad en la que la delgadez es entendida como símbolo de éxito, belleza o incluso perfección; cualquiera que se aleje será dotado de una peculiar y negativa aura difícil de disimular. Tendemos a pensar en el culto al cuerpo como uno de los pilares principales para ser felices. ¡Ojo! Hablo de culto al cuerpo no de salud. En un mundo en el que todo comentario puede ser llevado a su lado más radical, es importante distinguir la diferencia entre ambos. Cuando hablo de salud no solo me refiero a la ausencia de enfermedad si no al «bienestar», al estaragusto con nosotros mismos. El culto al cuerpo tal y como yo lo entiendo, trata de dedicar la mayor parte de nuestro tiempo a trabajar la estética pues solo de esa manera conseguiríamos ser felices.
¿Cuantos de vosotros y vosotras os habéis mirado al espejo lanzando como si no hubiera un mañana comentarios negativos hacia el cristal? ¿cuantos directamente ni nos hemos mirado en el espejo al atravesar el pasillo porque sabíamos que no nos iba a gustar lo que íbamos a ver? ¿cuantos habéis necesitado la mano amiga para calmar la presión que ejercen las redes sociales? Miramos mal a quien repite por tercera vez del mismo plato. Peor aún si es mujer, los hombres aún juegan la carta de necesitar más calorías que nosotras, aún están «creciendo». Nos preguntamos cómo una chica como ella puede estar con un chico como él, «¿es que no se da cuenta de que puede aspirar a mucho más?». Ni tallas, ni modelos, ni prototipos de anuncios, ni redes sociales ayudan. Aunque cada día se suma más y más gente a la batalla por una vida sin prejuicios, aun queda mucho camino.
Desde aquí, desde mi humilde mundo de persona real; de complejos, de dificultades y momentos relativizando (menos los que me gustaría) , nos animo a algo muy básico: a disfrutarnos. Si sí, a ir al gimnasio pero solo porque la energía con la que me despierto al día siguiente me motiva mucho más que la sensación de no hacer nada; a comer fruta, verdura y alimentos completos que antes no me habría atrevido a probar sólo por ampliar mi alimentación, «por ver qué pasa»; a vestir como realmente nos apetece vestir, creando combinaciones que nos hacen sentir seguras, guapas y cómodas con quien somos; a compartir momentos y motivación con quien tenemos cerca. A educar y educarnos libres de juicios y comentarios dilapidantes. A conocer la realidad, a ponernos sus zapatos antes de echar a correr. En definitiva, a crecer, a cultivarnos y a cuidarnos porque cuerpo y vida solo hay una.
Os dejo una rutina realmente eficaz y muy curiosa con la que trabajar todo esto. Se trata de trabajar el mequiero, ganar confianza y autoestima. Cada día justo al despertar, nos pondremos frente al espejo sin ropa admirando cada parte de nuestro cuerpo apreciando su color, su textura…afirmando en voz alta lo que nos gusta de él. Por ejemplo: «de mi cara me gustan mis ojos azules y mi nariz pecosa; mis labios finos y rosados, mi pelo largo y rubio. De mi torso me gusta la curva que dibuja mi suelta, mi pecho que guarda mis pulmones que día a día me permiten seguir disfrutando». Debe hacerse todos los días, de esta manera empezaremos a ser más conscientes de todo lo que nos forma, de cada engranaje y trabajaremos en aceptarnos tal y como somos luchando por cambiar aquello con lo que no estamos de acuerdo.
¿Os atrevéis a probarlo? ¡Dejadme vuestras respuestas por aquí!